ENCRUCIJADAS
Confiado por fin al grueso volumen, casi un talismán
entre las manos, me fui sintiendo gradualmente relajado ante ese universo que
lentamente se iba resquebrajando, y aquellos modos y vocablos y sabores
anacrónicos que habían amenazado tantas veces mi lectura fueron cediendo con
raro placer, casi sin darme cuenta, y eran como fronteras porosas por las que
mi sensibilidad iba y venía, urdiendo por momentos, siendo urdida por otros,
eso me parecía. Un bullir o algo así de la emoción que adentra, que urge, que
confunde, que pulsa lo inminente, que adviene y rige, esa rutina que me
arrebata en cada línea y en cada página voraz, ese fraude ritual y feliz, el
intercambio secreto, las páginas vivas cuyos dominios imperan ya por todas
partes y se allegan hasta aquí, y me rinden con su siglo dorado, con sus sueños
y su gente, con los blasones castellanos en su verbo y su palabra.
¡Oh, el caballero andante! Algo altivo y señero en su
rocín, se acerca por llanuras que se mueven, palabras que se abren como flores
bruñidas y ligeras, y a pesar de la bruma en que se dibuja su hidalga figura,
noto el pasmo en su rostro y sus ojos inquietos, embebecidos ante el hechizo de
esa cosa suya tan amada, las voces con que moldeó sus salidas y altas
peroraciones, y que ve, conforme se disipan los tiempos a su paso, han
sobrevivido y mudado, y parecen difundirse con el aire que se cuela en mi
ventana. Ahí está, íntima y pública, populosa u olvidada, recobrada o inédita.
Nostalgia de lo que fue, augurio del porvenir, se inclina, grave, a su paso,
entre exornaciones nuevas y antiguas. Lo siente en la piel, como el lector la
brisa culta del atardecer, mientras sueña la vida en esas páginas o la
encuentra, quién sabe… Es la lengua que silba en los cristales, y se pone a
bailar, a reinventar, a «facer Españas nuevas» otra vez.
Gonzalo Abadie
Vicens
Licenciado en
Letras
Sacerdote
MONTEVIDEO
(Uruguay)
(XI Antología)
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