AEMILIANENSIS 60
El monje está en su celda. Es una habitación encalada y
sencilla. Desde su ventanuco observa a diario los muros románicos y mozárabes
donde crece el musgo en los intersticios de paredes muertas.
El monje pule la oración y acaricia el verbo.
Él escribe, glosa, cultiva el huerto, disfruta de la
selecta biblioteca. El mundo que está al otro lado de los muros es un lugar
brutal, pradera de la injusticia y la desigualdad. Pero el amanuense intuye que
a la vez es un lugar donde los sucesos mágicos son posibles. Luz y tinieblas a
partes iguales.
Pule la oración, acaricia el verbo.
Se enciende ya la noche
silente para el monje que mira al cielo en la alta Rioja. Él no es consciente
de la repercusión que su simplicidad de vida acarreará dentro de mil años.
Desconoce por completo que su universo será cuna del castellano.
Porque su espacio es
pequeño, dimensiona las cosas en la medida de sí mismo. Sin embargo, este
escriba ha aprendido que el romance de sus glosas es un cantar a la soledad y
el silencio. Percibe que su proceso de creación es lento y que lo que de verdad
importa, lo principal, son las personas, la lealtad, los afectos.
Pule la oración, acaricia el verbo.
En esta noche fría de monacal ternura el monje pule,
cincela, teje, remienda. Porque la noche es compañera fiel, cómplice de su
plegaria, confidente para el perdón, bálsamo para el alma, amiga en la búsqueda
interior. El monje no desea ser
conocido. Acota sus oraciones como si fuera un joven estudiante enfrentándose a
una traducción de latín, en una mixtura de palabras, en un crisol de culturas.
Pule la oración, acaricia el verbo.
El monje sabe que para tocar fondo hay que sufrir mucho
más de lo que imaginamos. No permanece ajeno al dolor, reza por todos y su
sustento es frugal.
Pule la oración, acaricia el verbo.
Luis Miguel
Carreras Jiménez
Licenciado en
Periodismo y Derecho
ARRECIFE DE
LANZAROTE (Las Palmas)
(XI
Antología)
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